lunes, 27 de octubre de 2014

“Temas varios”- Destellos espirituales



CAPÍTULO (XV)
Presentación
Huellas en el camino espiritual  (9)
Padres y Doctores de la Iglesia (IV)

Presentación
Los cuatro grandes Padres y Doctores de la Iglesia oriental son:
Atanasio de Alejandría, Basilio Magno, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo.

Introducción
Por la gran influencia y valentía en la defensa de la pureza de las verdades a transmitir encomendadas a la Iglesia ante tantos enemigos, hemos considerado dedicar este capítulo a:
SAN ATANASIO de Alejandría
Obispo y Doctor de la Iglesia
(295-373)
Nació en el ambiente cosmopolita de Alejandría, donde recibió su formación filosófica y teológica.

Con veinticuatro años, fue ordenado diácono. Este cargo le permitió acompañar a su obispo, (Alejandro de Alejandría), al concilio de Nicea I en 325. Desde esa fecha se convirtió en defensor a ultranza del símbolo niceano, y enemigo acérrimo de los arrianos.
Con treinta y cinco años, fue elegido obispo de Alejandría, siendo el vigésimo Patriarca de Alejandría título que precede al de Patriarca de la Iglesia ortodoxa. 
Sufrió el acoso de los arrianos, cuando el emperador se dejaba influir por éstos. Así fue detenido y desterrado hasta cinco veces, en las siguientes fechas:
·        335-337, a Tréveris, bajo Constantino I
·        339-345, a Tréveris, bajo Constancio II
·        356-361, al desierto egipcio, bajo Constancio II
·        362-363, bajo Juliano el Apóstata
·        365, bajo Valente.
Algunas de sus frases-enseñanzas
-Lo propio de una religión no es imponerse, sino persuadir. El Señor no hizo violencia a nadie, dejó a cada uno libre.
Escritos y obras
-Entre sus prioridades destacó la evangelización del sur de Egipto.
-Escribió mucho a pesar de la dureza de su vida. Sus escritos apologéticos son “Contra los paganos”. Y “encarnación del Verbo”.
-En los “Discursos contra los arrianos” rechaza el politeísmo y el paganismo, y defiende las tesis de Nicea. 
-Apología contra los arrianos”.
-“Epístola sobre los decretos del concilio de Nicea”, defendiendo la consubstancialidad del Padre y el Hijo.
-“Historia de los arrianos”. A petición de los monjes entre los que se había refugiado.
-“Carta sobre los sínodos” celebrados en Rimini (Italia) y Selencia.
-“Carta en nombre de los concilios”.
-“Cuatro cartas a Serapión”, tratando la divinidad del Espíritu Santo
.
-También tiene obras exegéticas con el tema de la virginidad.
-En la teología defiende el cristianismo tradicional frente a Arrio. Existe una Trinidad santa y completa: Padre, Hijo y Espíritu Santo; es homogénea, las tres personas tienen el mismo rango.
-Aclaración sobre el arrianismo-
Recordamos que Arrio, sacerdote africano, ejerciendo en un suburbio de Alejandría de Egipto comenzó a sostener que, en la Trinidad, el Hijo debía considerarse inferior al Padre en naturaleza y dignidad. Para él, la segunda Persona de la Trinidad no era más que el primogénito de los hombres creados. La economía de la salvación quedaba aniquilada, los adorables misterios de un Dios hecho hombre y muerto por nosotros no eran más que vanas ilusiones, el mundo quedaba tan separado de Dios como antes de la predicación del Evangelio, el abismo observado por los filósofos paganos entre la humanidad miserable y la Divinidad inaccesible, se abría de nuevo con todas sus negativas perspectivas. Se convocó el Concilio de Nicea (325), donde se condenó dicha tesis de Arrio, que fue excomulgado y exiliado, aunque readmitido posteriormente en la Iglesia de Constantinopla. Murió antes de que se hiciera su solemne rehabilitación. Aún después -por la difusión, problemas, incluso luchas que había producido el arrianismo-, el emperador Teodosio representó un freno definitivo a dicha tesis en los Concilios de Constantinopla I y de Aquileya (381)
-De su etapa de destierro entre los monjes del desierto egipcio, adquirió un gran interés por el monacato, influyendo en el acceso de los monjes al sacerdocio, y convirtiéndose en biógrafo de Antonio Abad, de quien escribió “la Vida de Antonio”.
-El siglo IV, la edad de oro de la literatura cristiana, nos ofrece en sus umbrales la figura gigantesca de Atanasio de Alejandría, el hombre cuyo genio contribuyó al engrandecimiento de la Iglesia incluso más que la benevolencia imperial de Constantino. Su nombre va indisolublemente unido al triunfo del Símbolo de Nicea; pues con independencia de las polémicas del arrianismo, Atanasio hubiera sido grande. Cuando Arrio no había empezado aún a esparcir sus errores, él ya había medido las armas de su dialéctica en la lucha contra el paganismo.
En sus venas hervía la sangre de los luchadores, y el ambiente mismo de su patria le llevaba a esa primera controversia. Era un egipcio; había nacido en Alejandría, donde las esencias paganas se conservaban más vivas que en ninguna parte. En aquella tierra de los Faraones, en que todo, la verdad y la mentira, los viejos monumentos y las viejas creencias, parecían gozar de una supervivencia inagotable, el politeísmo seguía procreando dioses, como reptiles los fangos del Nilo. A las genealogías autóctonas de Menfis se habían unido las importadas de Grecia y de Roma, y las graciosas divinidades de la imaginación teñían de luminosos reflejos los sagrados parques zoológicos, donde Isis y Osiris reinaban.
El aspecto de este extraño panteón es lo que inspiró al diácono Atanasio su Discurso contra los gentiles, obra maestra de lógica y argumentación, en que con método riguroso, con sagacísima habilidad, se echa por tierra el edificio de las fábulas paganas, asignando a cada error su origen y su verdadero alcance. Es pasmosa la penetración con que analiza el estado intelectual y moral de su tiempo, y sus consideraciones se elevan a veces a las cumbres de la psicología y de la filosofía. El politeísmo, hijo del orgullo y de la voluptuosidad, es, en su sentir, el principio de todos los errores que perturban el mundo romano. Desenmascara el origen ambiguo del culto idolátrico en todas sus formas; busca las razones psicológicas de la apoteosis del hombre y arremete contra la mitología, cantada por los poetas y protegida por los emperadores, despojándola de los adornos con que la habían revestido los imitadores de Homero, poniendo en evidencia la inanidad de sus ridículos consejos, y cubriéndola de oprobio con la acerada ironía de los antiguos apologistas y con los sarcasmos de los mismos gentiles. No olvida tampoco que allí, a su lado, en su misma ciudad natal, la idolatría ha tomado un aspecto más etéreo y sutil en las teorías neoplatónicas del demiurgo, equívoco mediador entre Dios y el mundo; de los eones, innumerables como estrellas, que adivinaban los discípulos de Plotino en los poderes escalonados entre la divinidad y la naturaleza. ¿Qué es todo esto pregunta, sino pura idolatría, menos grosera en apariencia que el politeísmo helénico, pero no menos irracional ni menos corruptora?
Tuvo enfrente al Imperio, a la política, a la astucia, a la retórica pagana, a los Concilios, al episcopado; pero mientras este solo hombre se mantuviese en pie, las fuerzas continuarían equilibradas. Sus primeras instrucciones pastorales las encaminó a formar a su pueblo en la práctica de la fe y de la moral cristiana: «Oíd -decía en una de sus alocuciones pascuales-, oíd la trompeta sacerdotal que os llama.

FINAL
San Atanasio

Se le considera santo en la Iglesia copta, en la Iglesia católica, en la Iglesia ortodoxa y en la Iglesia anglicana, además de doctor de la Iglesia católica y padre de la Iglesia Oriental.

Ref.- Varias fuentes. J L, Soldado del reino de Dios y Antonio López Herrera