domingo, 16 de septiembre de 2012

Formación “Temas varios”- La Resurrección (VI)




Consecuencias de la resurrección de Jesús
Trascendencia (III) NUESTRA RESURRECCIÓN
Introducción
La doctrina espiritual sobre la resurrección de la carne afecta al meollo de la Fe, por ello, vamos a incluir una serie de aportaciones al respecto con la esperanza de clarificar posibles errores o desconocimientos sobre tema tan importante, empezando ya por aclarar que el término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad.
¿En resumen de qué estamos hablando?
-La resurrección de la carne significa que, después de la muerte, no habrá   solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales volverán a tener vida.           
Antecedentes
-La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero: alma y cuerpo.
-Recomendamos leer la profecía de Ezequiel: Visión de los huesos secos -Ezq 37, 4-10-. Incluimos sólo un breve extracto:“Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os echaré encima la piel y os infundiré el espíritu y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor”.
El cómo
Cristo resucitó con su propio cuerpo: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” -Lc 24, 39-; pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora, pero este cuerpo será transfigurado en cuer­po de gloria, en cuerpo espiritual. Pero dirá alguno: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vuel­ven a la vida? -1ª Cor 15, 35…49- ¡Necio! Lo que tú siembras no germina si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo de la planta que va a brotar, sino un simple grano... se siembra corrupción, resucita incorrupción...; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortali­dad. Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe.
El cuando
El último día, al fin del mundo. En efecto, la resurrección de los muertos está íntima­mente asociada a la parusía de Cristo.
Para “rellenar” cierta sensación de vacío que pudiera crear la espera hasta ese “último día”, quisiéramos considerar lo que ocurre mientras llega, es decir mientras permanecemos en esta vida. Hablamos de lo que nos atrevemos a denominar una “resurrección parcial” ya en este mundo, al pasar de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, del egoísmo a la generosidad con los demás, de la violencia a la paz, de la esclavitud a la libertad etc ¿Cómo? Recibiendo a Jesucristo resucitado y aunándonos con Él, a través de su Palabra y de los sacramentos que ha instituido. “Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. –Rm 8, 10-
En cierto modo, nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, por el Bautismo y gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la resurrección de Cristo, teniendo en cuenta que Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: Yo soy la resurrección y la vida”. –Jn 11, 25- .  
-Conviene ser consciente de que nuestra vida termina en la eternidad, nuestro tiempo es limitado, la eternidad dura siempre.
¿Quién resucitará? ¿Resucitaremos todos?
Todos los hombres que han muer­to. Habrá un juicio final, y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación. -Jn 5,29-.
Consecuencias de la resurrección de la carne
Inmediatas
1.- Si ponemos los ojos en la resurrección de la carne, incluso soportaremos el dolor de otro modo. Así, la esperanza de la glorificación del cuerpo tendrá una eficacia insospechada.
2.- Por parecernos una postura frecuente, insistimos en lo dicho en el segundo apartado. “Espero la resurrección de la carne”, rezamos en el Credo de la Misa, pero apenas ejerce eficacia en nuestra vida cristiana. En la práctica parece que la descartemos; incluso “los buenos”, ponen su esperanza en el cielo como si sólo fuese el alma la que se salvará. Corregimos esa postura recordando que, junto a Jesucristo, la Virgen María ostenta las primicias de la resurrección de la carne, y teniendo presente que nuestros cuerpos mortales    -que a semejanza de Jesucristo sufren-, igualmente se revestirán después de su gloria.   
Futuras
La resurrección de la carne será el esplendor del estado glorioso, ya que, por ella, a nivel universal, la materia adquirirá un nuevo aspecto: las prerrogativas de Jesucristo resucitado y de la Virgen María -Asunta en cuerpo y alma a los cielos-, serán por gracia, propios de los hijos de Adán bienaventura­dos. Por eso San Juan -Ap 21-1-, nos habla de un cielo nuevo, ya que la resurrección de la carne implica también que brille en la materia el resplandor de Dios. También habla  San Juan  de una tierra nueva, porque el cuerpo humano vuelve a la madre tierra por la muerte -Adán procede del polvo del suelo-, y nuestra resurrección comportará la glorificación de la misma tierra por obra del Creador. Por tanto, el primer cielo y la primera tierra adquirirán un nuevo aspec­to, digamos celestial.
Un grave error extendido
-Por efectos de la filosofía del extremo Oriente, que se ha divulgado en otros países, se habla de la reencarnación afirmando que después de esta vida pasamos a otra vida, digamos material, con otro cuerpo que a la vez, puede tratarse de otro ser, incluso de un animal. Y esto, además, de forma repetitiva.
Esto es lo más opuesto a la verdad de la fe cristiana sobre la resurrección de la carne. Morimos una vez, para Dios; no para quedar reencarnados en otro ser, en otra personalidad, sino morimos para Dios. El cristiano -firme en su fe- ha de tener esta clarividencia, para discernir un error que se va divulgando en nuestros ambientes sociales.
La doctrina de la Iglesia al respecto es clara: La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. “Cuando ha tenido fin el único curso de nuestra vida terrena, ya no volveremos a otras vidas, terrenas" -Cat. Igle. Católica N. 1.013-. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” –Hb 9, 27-.
No hay “reencarnación” después de la muerte, habrá resurrección, que como hemos ido viendo en los capítulos anteriores se trata de algo completamente distinto.

¡¡ ÁNIMO !!
Lo tangible es la muerte corporal, es el fin de la existencia terrena de una persona; nosotros morimos como mueren las plantas, los animales…, en definitiva: cuando el complejo de la vida biológica se extingue. Pero tenemos una vida eterna, vamos más allá del tiempo y del espacio. ¿Cómo puede ser?
Porque somos hijos de Dios, si no lo fuéramos, no tendríamos vida eterna. Pero precisamente por eso, el espíritu se sobrepone a la materia, y estamos destinados a "pasar" por la muerte, como el agua pasa por distintos estados, hasta llegar a una concreta manera de presentarse. Así, nosotros comenzamos en vida temporal, para consumar nuestra existencia en vida eternal.
Consideremos que si es propio de un padre transferir la vida a sus hijos, atrevidamente se podría decir que Dios no sería Padre, si no pudiera darnos a nosotros la vida eterna que Él tiene, siendo Omnipotente y creador del Universo. Precisamente por ser Padre, quiere a sus hijos consigo, y les otorga una vida por encima de la terrenal, la eternal.
"En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso el mismo cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de S. Pablo: “Deseo partir para estar con Cristo” -Flp. 1, 23-; Dios nos llama, y así debería morir el cristiano, respondiendo: "Vengo Señor, y vengo con gozo a ti, como un hijo a la casa del Padre."
Conclusión: Procedemos del Padre y retornamos a Él, con lo que la visión sobrenatural de la muerte desemboca en la vida eterna.

Serie: “Salmos extractados”
67  SALMO DEL REINO MESIANICO
Alégrense y exul­ten las gentes, pues Dios las dirige sobre la tierra juzgando con equidad a los pueblos. Que nos bendiga y las naciones conozcan la salvación.

Serie: “Flashes”
 “Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”. -Rm 8, 11-

Como oración personal
Jesús recorría todo anunciando el Evangelio del Reino. Vemos dos actitudes en sus oyentes: 1.- La capacidad de admiración.2.- La fuerza de la costumbre, que impide admirarse.
Pidamos la gracia de no “acostumbrarnos” al Evangelio pensando que ya lo conocemos todo. El “conocimiento” engríe, lo constructivo es el amor.-1ª Cor 8, 1-

Ref.- La Biblia. Catecismo de la Iglesia Católica. Mn. Eduardo Vivas Llorens. J L, Soldado del reino de Dios